Bretaña sería otra Córcega si hubiera nacido isla. Bretaña fue, de toda Francia, la región donde la monarquía respetó más escrupulosamente los privilegios y los particularismos locales. Sólo con la Revolución, exactamente el 4 de agosto de 1789, la identidad bretona empezó a perderse, tras la división de la región en cinco departamentos. Pero el nacionalismo, que se organiza políticamente a principios del siglo XIX, nunca, ni en su lucha legal ni en la ilegal, ha conseguido un auténtico apoyo popular. Todo lo más, desde mediados de los años sesenta, ha permitido un cierto resurgir cultural.
"¿Es usted bretón o francés?": Camino de Brest, por los aires, el compañero de viaje, responde sorprendido, "naturalmente, soy bretón, y francés también". Bretaña es otra historia. De haber nacido isla, probablemente, Bretaña sería igual a Córcega. Pero es igual a Galicia. Ni en Brest, ni en PonAden, ni en Château Neuf du Faou, ni en Pleyben, ni en Landeda, ni en Rennes, ni en las paredes, ni en los autos, hay que buscar las huellas de la cólera bretona de los agricultores do 1961, o del movimiento autonomista Unión Democrática Bretona (UDB), o del Frente de Liberación de Bretaña-Ejército Revolucionario Bretón (FLB-ARB), las dos versiones, legalista y clandestina e independentista, más conocidas de la batalla por la reivindicación de la identidad bretona. Esto no quiere decir que la cultura, la lengua, las tradiciones herededas de los reinos bretones del siglo IV y de los ducados de la Edad Media hayan sido ya tragados por las mutaciones decretadas por las sociedades industriales. En 1968, el entonces primer ministro del general Charles de Gaulle, Georges Pompidou, ya, se alarmó ante el renacimiento de los particularismos bretones: "Bretaña está al borde de la revolución, hay que hacer algo", cuatro años más tarde, el mismo señor Pompidou, ya presidente de la República, fulminaba generalizando: "No hay lugar para las lenguas regionales en una Francia destinada a impregnar a Europa con su cuño específico" Estas precauciones vienen de lejos: en 1831, el ministro de Instrucción Pública, señor de Montalivet, sentenciaba: "Es absolutamente necesario destruir el bretón." En 1925, el que ya se denominaba ministro de Educación, señor de Monzie, repetía el mismo latiguillo: "Por la unidad lingüística de Francia, la lengua bretona debe desaparecer." El bretón no ha desaparecido. Lo hablan unas 700.000 personas, de los 3.500.000 de habitantes con que cuentan los cinco departamentos que integran esta región, a la que la ley de la República vigente no le concede ninguna personalidad moral, sino la de una simple circunscripción. Para atacarla o defenderla, todos reconocen hoy la existencia de una cultura bretona especifica que, de un cuarto de siglo a esta parte, ha reflorecido impulsada por el viento de contestación de todas las minorías occidentales. El escritor y periodista, Xavier Grall, autonomista, anota el desarrollo fulgurante de todas las manifestaciones culturales bretonas desde mayo de 1968». El secretario de Estado del Ministerio del Interior, Marc Becam, diputado y alcalde de Quimper, nos declara al respecto: "El establecimiento reciente de la carta cultural bretona, el reconocimiento de la lengua bretona en los programas de e niseñanza, prueban que la cultura bretona continúa, está viva, como también lo demuestra la renovación del folklore." Esta interpretación oficial del resurgir cultural bretón no es la misma en la boca de los cantantes autóctonos, Stivell o Glenmor, trovadores actuales de la independencia de Bretaña. El señor Grall incluso afirma, "con vistas a la reivindicación de nuestra identidad, el esfuerzo cultural es más importante que la labor de los partidos e incluso más que las acciones del FLB". Este reconocimiento, general de la supremacía del "arma" cultural en la batalla por el «derecho a la diferencia», revelador del momento crucial que está viviendo el pueblo bretón.
Como Córcega, Bretaña ha sufrido, las consecuencias de ser una región periférica, rural, abandonada, "despensa de hombres" para las guerras y para la emigración (un millón de bretones integran la diáspora). Pero Bretaña está amarrada a la metrópoli. Y París presintió "la revolución" que anunció Georges Pompidou en 1968. El desequilibrio demográfico y económico continúan caracterizando la frágil industrialización bretona. El 47% de los empleos industriales de Bretaña dependen de centros de decisión exterior.
La mitad de la industria escapa al control de los bretones. Bretaña aún figura hoy entre las regiones más pobres de Europa. Pero el problema bretón es posible haya entrado en vías de solución, dice el historiador Fanch Olivier. Y esto no porque las carreteras sean mejores, no porque se hayan implantado fábricas, ni porque haya progresado el nivel de vida. Esto es el rescate del crecimiento. El problema bretón será solucionado porque se ha convertido en un problema clásico de subdesarrollo regional, porque todo lo que constituye hoy la especificidad de Bretaña habrá dejado de serle útil a la supervivencia económica de sus habitantes. ¿Quedará reducido el resurgimiento cultural a un folklore que, como una pastilla de aspirina, calma el dolór de la identidad? Nadie oculta esta posibilidad en Bretaña, aunque por razones opuestas. El secretario de Estado, señor Becam, es categórico: "La aspiración del autonomismo es completamente marginal en Bretaña, y siempre lo ha sido así. Al socaire del autonomismo cohabitan nostálgicos, anticonformistas procedentes de los celtas y algunos anarquistas."
El doctor Yeu Gourves, ex miembro del FLB y militante hoy del Partido Socialista Unificado, es categórico: "El fenómeno importante es el cultural, pero en veinte años todo puede quedar reducido a nada. Los autonomistas de la UDB (6,5 % en las últimas elecciones) no son peligrosos y, de serlo. París lo prohibiría, y el FLB se ha equivocado de táctica. Su lucha armada no es rentable, y como habrá oído decir repetidamente, al fin y al cabo, las consecuencias de sus atentados se revuelven contra los bretonos y, por añadidura, la policía los caza como a pajarillos. Haría falta un movimiento más duro, con una estrategia política a largo plazo."
Esta apreciación sobre el FLB la ratifica un camionero de Brest: "Cuando esta tontería, los del FLB, quienes pagamos fuimos niosotros. No es que los condenemos a ellos, pero sus atentados hay que preguntarse para qué sirven."
Cada cual, en Bretaña, parece haber tomado conciencia de que la integración, total y definitiva de su país a la nación francesa, si no es para mañana, puede producirse. Pero este realismo encierra una interrogación positiva, declara un nacionalista. En Córcega, por ejemplo, existe una conciencia general del problema de su identidad, pero la isla se desangra de corsos. Nuestro problema es el contrario: somos gente, pero falta ese fervor, estamos en una encrucijada seria, pero, somos conscientes. El substrato de este "realismo expectante" preocupa a las autoridades.
Un organismo oficial, el año pasado, se preguntaba por la eventual, relación que pudiera existir entre el alcoholismo y la identidad bretona: "La negación histórica de la identidad bretona, ¿no es uno de los factores del importante alcoholismo existente en Bretaña?", se preguntaba el informe en cuestión. Bretaña es la región francesa en la que mueren más personas por exceso de bebida: 63 fallecimientos por mil, contra una media francesa de 41 por mil. Y parece ser que por razones de nostalgia, de histeria y de delirio religioso, hay actualmente 11.000 bretones internados en manicomios u hospitales psiquiátricos.
El escritor Grall comenta al respecto: "Eso es cierto. Un pueblo que se emborracha es un soñador y, puesto que sueña, imagina otro mundo. Esto responde a factores de naturaleza psicológica, pero existe una razón más grave: el colonialismo." Canciones, fiestas de noche (fes-noz), despertar cultural, autonomismo, tibieza de los partidos de izquierdas, certeza de una identidad, incertidumbre sobre el futuro y más incertidumbre sobre: el FLB, los clandestinos, que están, pero no están, porque nadie los declara: Breizh (Bretaña) a la hora del ser o no ser.